APRENDE A ENFRENTAR TUS MIEDOS
El miedo nos ha acompañado por siempre. Sin embargo, nos ha permitido enfrentar los retos. Ese mismo miedo de no saber qué hacer o qué decisión tomar, es el mismo que nos hace aprender. Por ello, no debemos permitir que el miedo nos encarcele y nos haga sentirle miedo.
Recuerda que el tiempo y el miedo son tus peores enemigos. El tiempo perdido jamás volverá y el miedo no te permitirá crecer. La única manera de perder el miedo es enfrentándolo.
Tengo una anécdota que siempre cuento y ahora te la escribiré.
Cuando niña, tenía pánico a los perros.
Recuerdo que en unas vacaciones me llevaron a casa de mis abuelos y en casi todas las casas había perros. Mi abuelo, me sacaba a pasear todas las tardes y cuando escuchaba los ladridos de los mismos, inmediatamente me colocaba detrás de él, le agarraba por los pantalones y no lo dejaba caminar. Una tarde mi abuelo no me sacó a pasear, se fue solo. Cuando comencé a buscarlo mi abuela me comentó que ya se había ido y le había dicho que no me seguiría sacando porque lloraba mucho cuando los perros ladraban.
Esa tarde, me quedé sentada en el tronco de un árbol a la espera de mi abuelo papaíto (así le llamaba). Cuando lo vi, salí a su encuentro y le pregunté por qué me había dejado, su respuesta casi inmediata fue: que no podía soportar escucharme llorar por tonterías, porque esos perros no hacían nada. Así pues, al día siguiente esperé con ansias la hora de salida. En eso veo a papaíto colocándose su sombrero y agarrando un garrote que estaba detrás de la puerta. Me preguntó si quería salir y le respondí que sí. Me agarró de la mano y comenzamos a caminar, cuando de repente escucho el ladrido de un perro, mi corazón se aceleró, comencé a sudar y mis manos temblaban.
Papaíto, me queda mirando y me pregunta qué me pasa, le respondo que no me pasa nada. En eso me agarra mi mano derecha y me entrega el garrote. Le pregunté para qué era eso y me dijo que cuando el perro se me acercara le gritara fuerte y se lo enseñara. Ay por Dios, más susto para mi agitado corazón. Me dijo no te vayas a esconder porque así jamás perderás el miedo.
Mi cuerpo temblaba y ese día no quería que ningún perro apareciera. Pero, era casi imposible que eso sucediese. De repente escucho unos ladridos, agarré duro el garrote y me olvidé de mi abuelo…le gritaba al perro: fuera de aquí, vete y le amenazaba con el garrote. De repente el perro dejó de ladrar y se acercaba a mí meneando su cola. Las carcajadas de mi abuelo creo que se escuchaban por todo el caserío y me dijo: ahora el perro te tiene miedo a ti.
Con el tiempo aprendí la lección que me enseñó mi sabio papaíto.
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