Me he puesto a pensar en la gran diferencia que muchas veces existe entre los dos mundos en los que vivimos: el mundo exterior y el mundo interior. Aquí se presenta una lucha constante. El mundo exterior muestra nuestra vida, lo que los demás pueden ver, y el interior, ese si que es todo un misterio.
¿QUÉ PARTE DE NOSOTROS MOSTRAMOS REALMENTE?
Las dos caras de la moneda y nuestras dos caras. Cuando se habla de las dos caras de la moneda, es porque sólo tendemos a ver en los demás lo más positivo que tienen, sin embargo, con nosotros hacemos todo lo contario. Nos detenemos a pensar en lo más negativo que existe en nuestra vida y olvidamos las cosas por las que deberíamos estar súper agradecidos.
Por ejemplo, si vemos a personas bonitas de cuerpos esbeltos, pensamos que son muy dichosas. Pero, no nos detenemos a pensar en la historia que hay detrás de dietas sacrificadas, gimnasios, inseguridades y así muchas cosas más. Tal vez podrían ser menos felices que otras personas menos agraciadas. Y, así como este ejemplo podemos ver muchos en otros aspectos de nuestra vida. No obstante, ignoramos la historia que cargan, los esfuerzos que han realizado y lo que han perdido durante su recorrido.
Pero, nos empeñamos en mostrar siempre nuestro mejor perfil, la foto perfecta, el mensaje correcto, borrando así lo negativo para mostrar únicamente lo positivo. No obstante, como la luna, está la otra cara oculta, esa que todos conocemos y que generalmente sentimos o padecemos. No podemos ignorar que la vida es un paquete completo, por ello, tampoco podemos negar una parte de nosotros, no podemos rechazar una parte de lo que somos, no podemos negar nuestras circunstancias y mucho menos nuestras emociones.
En la vida no existe positivo sin negativo, no podemos valorar la alegría sin conocer la tristeza, no hay luz sin oscuridad, sin lo malo jamás sabríamos apreciar lo bueno, sin dolor no sabemos lo bien que se está cuando se está bien.
¿Cuántas veces has escuchado esta frase?: La vida es una montaña rusa. Y claro, que la vida es esa montaña rusa de emociones, de cambios, de eventos inesperados, de risas, de lágrimas y alegrías. Muchas veces estas en la cima y de repente te desplomas. Te pierdes y te vuelves a encontrar, te impregnas de cosas buenas y de repente todo se separa de ti. Vuelves a creer, a dudar, a soñar, a amar y de pronto te encuentras nuevamente con un abrazo lleno de amor.
Generalmente, lo que ocultamos tiene mucho que ver con aquello que no nos ha hecho más fuertes. Por ello, las emociones, los eventos por los que hemos pasado en la vida, son las experiencias que nos han formado, lo que nos han hecho crecer y convertirnos en lo que somos.
Es por ello, que nuestra reacción ante esas situaciones lo haremos de la mejor manera posible, debido a que precisamente eso es lo que nos falta: la experiencia. Recordemos que la experiencia nace de las decisiones buenas o malas, de lo logrado y fallado; porque la experiencia se obtiene a través de los fracasos, cuando consigues lo que quieres. Cuando perdemos aprendemos y cuando ganamos celebramos.
Muchas veces nos surgen interrogantes, como: ¿Es un fracaso no alcanzar una meta? No te preocupes dónde estés, siéntete orgulloso y orgullosa de estar donde estás, porque ese camino que has recorrido, es lo que te hace diferente a los demás. Lleva tu dignidad como bandera, el honor de la lealtad como causa. No le demuestres nada a nadie, no viniste para hacer sentir bien, complacer y satisfacer las expectativas de los demás. Las experiencias tienen que ser sobre nosotros mismos.
Esperar menos de los demás y más de nosotros mismos debe ser nuestro norte; tenemos que aceptarnos con nuestras debilidades, fortalezas, circunstancias y a partir de entonces crecer, buscar y crear nuestro destino, ir detrás de nuestros sueños. Es probable que no alcancemos todo lo que nos proponemos, sin embargo, es maravilloso seguir soñando.
Particularmente considero, que cuando no logramos alcanzar un sueño no fracasamos, porque parte del éxito está en el intento, en el esfuerzo, en el seguir intentando hasta logarlo, en la satisfacción de atreverse y enfrentarse a los miedos, porque ésta será la única manera de descubrirnos y superar nuestros límites.
En definitiva, el mayor sueño es la conquista de uno mismo y estar conscientes que de esos dos mundos el más importante es el mundo interior, porque cuando lo vencemos, cuando logramos que nuestra mente no sea nuestro enemigo, sino nuestro amigo, esa voz que nos susurra y dice que cree en nosotros mismos, que nos ama, nos respeta, nos valora, es entonces cuando comenzaremos a seducir también el mundo exterior. Sólo nos toca esperar que llegan los resultados.
Conquista primero tu mundo interior y así te será mucho más fácil conquistar tu mundo exterior.